Llovía a
cántaros y quedaban por delante muchas horas de carretera en una de esas noches
terribles a bordo del coche. Iba oyendo el partido por la radio. Tal vez los
pitidos habían sonado un par de veces antes, pero estaba tan metido en la
competición, con ganas de marcar y darle la vuelta al partido, que no me había
enterado. Pero en algún momento mi atención se vio demasiado atacada por esa
realidad más cercana, en forma de chirrido inquietante, y la imagen del campo
verde y los jugadores se perdió al fondo del teatro de la mente para que mis
ojos descubriesen la luz parpadeante que indicaba la alarmante situación del
depósito de combustible, casi vacío.
Con la llegada del pánico se fue la
señal de radio.
Tras unos minutos interminables de
angustiosa conducción entre pitidos y luces de advertencia, divisé una señal de
gasolinera. Tomé la desviación, pero no se trataba de un área de servicio,
había que seguir conduciendo por una carretera local. ¿A cuántos momentos puede
situarse una gasolinera de la autopista para estar indicada?
Al fin, allí estaba, a las afueras
de un pueblo. Y un señor mayor con el anorak más gordo que he visto en mi vida
se acercó frotándose las manos bajo vaporosos soplos de aliento. Bajé la
ventanilla.
Lleno por favor. ¿Puedo pagar con
tarjeta?
¡Diploma! ¡Una tarjeta!, gritó hacia
la tienda mientras se acercaba al surtidor.
Pasada la sensación de angustia,
llegó la consciencia del hambre. Pedí algo.
¡Diploma! ¡Gusanitos y patatas!
Al poco llegó un joven veinteañero
que se llevó mi tarjeta y dejó los tentempiés.
Tenía ganas de llegar a una zona
donde se oyera la radio. Acabé advirtiendo al hombre de que llevaba un poco de
prisa.
¡Diploma! ¡Que es para hoy!, volvió
a gritar.
Oiga, qué nombre tan curioso el de
su compañero.
No es un nombre, ni es un compañero,
es un nieto. Es que mandé a mi hija a estudiar corte y confección a Madrid y me
vino con este diploma.
Tardé muchos kilómetros en volver a
pensar que teníamos un partido en juego. Hay que ver cuánto puede uno perderse
si nunca se sale del camino recto.
Publicado en El Comercio
No hay comentarios:
Publicar un comentario