No
es el ciudadano medio el que debe ser vigilado en todas sus acciones
—para controlar los desmanes están las fuerzas del orden—, son
las personas que gestionan los intereses de todos los ciudadanos, los
cargos políticos, los que no deben tener intimidad. Para eso han
sido elegidos por el público.
La percepción del
mundo de Eric Arthur Blair (más conocido como George Orwell) cuando
escribió su novela 1984
no fue del todo certera en sus previsiones, sin embargo la sátira
que basaba una perspectiva del futuro en el triunfo de regímenes
totalitarios dio para una de las obras fundamentales de la ficción
distópica. Los que sin duda no se equivocaron son aquellos que
usaron parte de las ideas de la obra de Orwell para un programa
televisivo de tremendo éxito: Gran
Hermano. La televisión
ha demostrado una vez más que la ficción más alucinante puede ser
una realidad.
Hasta ahora, la idea
de un ojo que todo lo ve aplicada a la orwelliana sociedad actual ha
dado para rellenar horas y horas de emisiones televisivas, siguiendo
las evoluciones de seres humanos seleccionados para dar el cante,
peleándose por comida o tabaco o sexo, elevando la idiocia o el
analfabetismo a pedestales nunca vistos. Pero, ¿por qué quedarse en
ese uso lúdico ante un arma tan potente? La gestión transparente de
los políticos es posible.
Ahora que algunos se
sienten ofendidos y reclaman su presunción de inocencia, y empiezan
a quejarse de que no se puede meter a todos en el mismo saco, es el
momento de un gran hermano de los dirigentes, seguidos por las
cámaras a todas horas. Técnicamente la posibilidad está ahí.
Todas sus conversaciones, gestiones, movimientos, cambios de chaqueta
y pantalón, chateos (virtuales y con vaso), “edredonings” o
empujones para coger la mejor tajada... 24 horas al día en su canal
favorito: Teledemocracia, la transparencia al poder.
Sí, claro el
derecho a la intimidad, me dirán. Tal vez en el baño, y poco más.
Todo ello gestionado por decreto. Es muy sencillo, si no está
dispuesto a someterse a este seguimiento en todo momento no entre en
política, oiga.
Publicado en El Comercio
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