Como en el plano-secuencia de la película Reservoir
dogs en el que la cámara sigue al Señor Rubio mientras sale por la puerta y
se dirige a su coche, abre el maletero, coge una lata de carburante y, mientras
se dirige de regreso al almacén, echa una ojeada a la calle en calma, abre la
puerta y camina bailoteando para seguir con sus tareas: está torturando a un
policía para intentar sonsacarle información, la gasolina es un instrumento más
dentro de su sádico plan de preguntas y dolor. Ese es el tipo de escenas que
realmente da miedo, pavor para quitar el sueño.
Los
buenos directores de cine no desperdician un sólo plano. No hay duda del
mensaje lanzado por Tarantino, lo ha hecho en otras películas: tan sólo una
hoja de madera o un tabique de ladrillo (una fina pantalla) separa lo cotidiano
del horror. ¿Por qué tendríamos que sospechar de ese señor que va a su coche
para coger algo? No hay nada raro en su conducta a primera vista. No podemos
imaginar lo que esconde al otro lado de la puerta. Bueno, sí podemos
imaginarlo, pero no tendríamos por qué tener fundamentos de sospecha.
En
la película Fargo, una mujer está viendo la tele en el sofá de su casa y
de pronto observa con sorpresa, a través de la cristalera, a unos encapuchados
entre la nieve que se acercan a la casa, parecen un poco desorientados, uno de
ellos (interpretado por Steve Buscemi) se acerca al cristal y apoya las manos
haciendo túnel para poder ver dentro sin reflejarse, de pronto saca una palanqueta
de su bolsillo y golpea el cristal para romperlo, momento en que ella empieza a
gritar consciente al fin del peligro que se avecina. Esta vez es tan sólo una
hoja de vidrio la que separa un mundo propio bien conocido (un hogar) de un
paraje humano mucho más amenazador que el frío y la nieve.
Esas
líneas divisorias son un tema habitual en el género negro, y el cine parece
tener más facilidad para reflejar esa frontera imprecisa. Aunque a veces ni tan
siquiera es madera, vidrio o metal lo que nos impide ver, son los propios
párpados o la mirada hacia otro lado lo que nos hace cómplices.
Publilcado en El Comercio
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