En
algún momento de adolescencia el tío Félix me vio inapetente y
triste. Lo que quieren es que les cuentes mentiras, fascinantes y
fabulosas, pero que parezcan verdad, dijo mientras removía los
pimientos. Con valor, con ganas, como si te fuera la vida en ello, el
saber contar. Y seguía removiendo la cazuela.
Ese
podría ser uno de los principios para admirar la ficción como
género necesario en la vida humana, no solamente para investigar las
variaciones de los fenómenos sentimentales -ese renovado aparato
locomotor del quinceañero-, sino como vertiente alternativa ante
cualquier situación. Aunque ya saben que todo exceso acaba por
convertirse en un defecto: el que ha desarrollado de forma
incontrolable la recreación de la verdad tal vez acabe habitando un
mundo enajenado (sí, claro, o desempeñando un cargo público, me
pueden decir).
Los
arqueólogos lectores pueden haber desarrollado sus propias hipótesis
o estar en desacuerdo con esta: la ficción, esa mentira con
apariencia de realidad, nació en las cuevas prehistóricas como un
engaño absoluto. Los hombres primitivos pintaban en las paredes de
las cuevas animales fabulosos o simplificados, formas genitales,
símbolos primordiales de aquello que les proporcionaba el sustento:
no sólo alimento, grasa, piel... El motivo representado era una
muestra de la materia original necesaria para la supervivencia. Cómo
no pensar que eso era un dios. Una deidad devorable y aprovechable
hasta los tuétanos, un dios esencialmente útil.
Seguro
que llegó el alternativo comedor de hongos (un iluminado), o el
alternativo poseedor de la verdad que quería mostrar la única luz a
los demás, o simplemente el primero de los quiero-y-no-puedo, para
utilizar aquellas imágenes a su interesada manera, contar una
mentira con apariencia de hecho histórico y, de paso, inventar la
ficción. Y, si los grandes motores de la Humanidad han sido el sexo
y el poder, pueden imaginar sus razones.
La
literatura es un lujo, la ficción una necesidad, hagamos nuestras
necesidades, dijo Chesterton. ¿Sería antes la ficción o la rueda?
Publicado en El Comercio
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