Según
parece, la normativa de la RAE no es suficientemente adecuada para el
uso del español, la economía lingüística que exige la Academia
reprime al sexo femenino porque no existe un género neutro en
castellano, equilibrado y válido para todos y todas. Así que, si
quiero seguir las directrices administrativas como cualquier
funcionario o funcionaria debo referirme a la reunión de amigos y
amigas como un grupo de cuarentones y cuarentonas. Luego no se me
quejen.
Ahí estábamos un grupo de
cuarentones y cuarentonas haciendo recuento de nuestras vidas, porque
era lo que nos pedía el cuerpo en ese momento de madurez asumida a
regañadientes, y se iban revelando poco a poco los fraudes que
sentíamos más propios.
Tuvimos la suerte de disfrutar de
los mejores momentos de la televisión, dice una cuarentona. Un punto
de partida emocional fue aquel programa de referencia que se titulaba
La bola de cristal.
¿Recordáis cuando ponían un montón de imágenes a toda pastilla y
al final decía una voz infantil: si no se te ha ocurrido nada, a lo
mejor deberías ver menos la tele?
¿A toda pastilla, dices? ¿Qué
tal como una mecha? ¿Qué tal haciendo el fitipaldi? Actualízate,
pava, que ya no se dice así, puntualiza un cuarentón que va mucho
al gimnasio (ese lugar tétrico donde se juntan para luchar contra lo
inevitable: el tiempo y la gravedad).
Muy bien, chaval, hala vete a
tunear el coche y te tomas la pastilla, responde la cuarentona un
poco mosca, y a ver si vas asimilando.
Insiste otro cuarentón en que
ese mensaje hoy en día sería inconcebible. ¿Cómo podrían invitar
desde una televisión pública a no verla? Es como si la primera
frase de un libro pusiera “no me leas”.
Eso al final puede tener el
efecto opuesto. Los libros que en los manuales de censura eran
tachados de peligrosos o prohibidos eran los primeros que querías
leer. Somos la generación que más tele ha visto en este país,
hasta ahora. No creo que esa fuera su pretensión, pero así ha sido.
¿Así que esta sensación de
fraude colectivo es un daño colateral de La
bola de cristal?
Hombre, mujer, yo qué sé.
Publicado en El Comercio
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