Antes de empezar a conseguir el perdón por todos sus pecados a
través de la penitencia del camino, los peregrinos que habían
elegido Roncesvalles para comenzar la ruta decidieron que era
necesaria una visita a Francia. Embarcados en una empresa que había
supuesto renuncias personales y profesionales de gran calado para
disponer del bien más preciado –el tiempo–, la visita al
territorio francés podría considerarse una minucia, un incordio a
juicio de algunos compañeros caminantes, pero un trámite
imprescindible para estos dos peregrinos que decidieron que los
elementos no impedirían sus necesidades.
Partieron rodeados de bromas o gestos disconformes, adentrándose en
una noche terrible de viento y aguacero que pronto se convirtió en
la niebla más profunda que hubieran conocido. Pronto descubrieron
que el camino elegido no era el adecuado, que no había carteles
señalizadores ni indicación alguna de lugares de destino o pueblos
cercanos. Su fe tuvo al fin una señal del cielo.
Sonaron los cuatro pitidos con silencio intermedio para indicar que
había un nuevo mensaje en el móvil. La compañía telefónica
benefactora avisaba al peregrino de la posibilidad de usar una
maravillosa tarifa internacional. La sabia deducción era evidente:
ya no estaban en España.
Salieron del coche e hicieron sus necesidades mientras gritaban todo
lo que les había llevado hasta allí: ¡toma público de Roland
Garros!¡toma Villeneuve!¡esto por la Eurocopa del 84! ¡para ti,
Napoleón!...
De vuelta al coche, muertos de risa por su travesura, extravagancia a
su edad, se pusieron a revisar la figura de Napoleón, ese engendro
tan malvadamente descrito por los británicos que han impuesto su
criterio histórico por ser cultura dominante desde hace un par de
siglos. La manipulación del saber les llevó a la revisión de una
cita de Geoffrey Chaucer. ¿Qué hay mejor que la sabiduría? La
mujer. ¿Y qué hay mejor que una buena mujer? Nada.
Concluyeron que se hacía necesario ir a deponer a la Gran
Bretaña, siguiendo los pasos establecidos por Chaucer para hacer la
peregrinación a Canterbury.
Publicado en El Comercio
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