La
elección es un maravilloso ejercicio para la mente humana, activa
ese músculo que no siempre está bien desarrollado: la decisión.
Ambos procesos deben estar razonablemente compensados –si usted ha
elegido ser faraón de Europa y su decisión es imparable
probablemente el sentimiento de fracaso acabe dando con sus huesos en
el sistema público de salud–. El más claro ejemplo de elección
de nuestro tiempo es el mando a distancia.
¿Deberíamos
poner el grito en el cielo al entrar en el quiosco y comprobar que
venden indistintamente prensa del corazón o deportiva, pornografía
o literatura? No lo hacemos, elegimos lo que queremos leer, lo
adquirimos y nos vamos. Con el mando sólo tenemos que tocar un botón
para seleccionar. Si un porcentaje de la población muy alto decide
ver algo que consideramos indecente nos da a entender la condición
humana y lo que puede crear la educación de las nuevas generaciones.
Recuerdo
lo chocante que resultaba hace unos años Jose María Carrascal
cuando en el noticiario avisaba de que el comentario emitido a
continuación era su opinión. Quién iba a pensar entonces que ese
podría ser un modelo de honestidad para otros gestores de
información con la misma ideología pero que se afirmaban objetivos.
Así son las cosas y así se las hemos contado, decía uno con
ínfulas; otros no mencionaban noticias que aparecían en todos los
medios, o no incluían en los titulares lo que era un clamor popular;
otro, bochornoso, afirmaba que la multitud aplaudía la llegada de un
cargo público mientras se escuchaban claramente los silbidos en la
retransmisión...
Cantaba Santiago
Asuserón en los ochenta, siempre dispuesto a la visión de futuro:
Tal
vez debiéramos permanecer algo más fríos / frente a la televisión
/ porque temo que del otro lado /nos pueden ver.
Y ahora que podemos contrastar casi todo por internet no está mal
que siga habiendo periodistas posicionados, que se definan como no
paniaguados, que nos hagan contrastar la decisión: a quién queremos
botar y qué pasa si votamos al contrario. Luego tal vez tomemos la
decisión de pulsar el botón.
Publicado en El Comercio
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