El
mundo virtual también permite sustituir telefonistas por gestores
telemáticos sin solapas a las que agarrar cuando los tratos se
tuercen. Y, no nos engañemos, tampoco nosotros somos inocentes. La
venta de las mejores cámaras digitales en las grandes superficies
comerciales despuntaba en mayo al calor de bodas y comuniones. A la
semana siguiente eran devueltas sin necesidad de explicación,
mientras el tique estuviera presente. Si al gran comerciante no le
importaba, por qué no aprovechar la oportunidad.
Que
el Lazarillo sea el inconsciente libro de cabecera de cualquier
ciudadano no es más que una confirmación de la naturaleza humana.
Lo preocupante es que el propio estado, ese gran progenitor que a
todos da las buenas noches, actúe de manera semejante y busque la
forma de sacar la mejor tajada de cada uno de nosotros para perpetuar
unas formas de gestión que no parecen beneficiar de la misma manera
a todos. Pero es difícil afrontar la realidad, con lo eficaz y
bonito que aparece todo en la pantalla.
Publicado en El Comercio
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