Soy
el mejor constructor de aviones de papel que conozco. Me llena de
orgullo y satisfacción ser el rey en estos menesteres cuando hay
reunión de niños alrededor y hago un avión tras otro esperando que
llegue alguien con mejor técnica y aún más paciencia que yo —sepan
que eso es difícil— para dar gusto a los chavales, mientras
disfruto, eso sí, de la forma en que los lanzan, los miran volar y
corren a buscarlos. Y cuando les veo echar el aliento a la punta del
avión antes de lanzarlo me pregunto si es un gesto universal o algo
que sus padres les han enseñado.
Este conocimiento aeronáutico se
lo debo a un amigo olvidado. Lo curioso es que también le debo el
descubrimiento de una forma de cortar relaciones que para mí fue
novedad. Recuerdo el día –tendríamos 8 ó 9 años– en que puso
ante mi cara los dedos índices de sus manos, unidos por las yemas y
me exigió cortar. Corta, decía. Qué. Que pases la mano entre los
dedos para cortar. Lo hice. Y el otro se fue corriendo. Luego me
enteré de que ese tajo significaba el final de la amistad. Pero no
fue así, seguimos teniendo buen trato, de hecho me enseñó a hacer
esos magníficos aviones. Aunque tal vez eso fue antes del famoso
corte.
¿Qué es un fantasma?
preguntó Stephen. Un hombre que se ha desvanecido hasta ser
impalpable, por muerte, por ausencia, por cambio de costumbres. Esta
cita de Joyce
para hacer referencia a la amistad es tan usada que
debería darme vergüenza; aunque las debilidades rectificables nos
recuerdan fundamentos elegidos para seguir andando. Tal vez no haya
sentimiento humano más precioso que la amistad, pero la forma en que
cada uno interpreta este sentimiento da para demasiados renglones. Te
borro del feis,
le decía un amenazante adolescente a otro —actualizando aquello de
los dedos— dispuesto a llegar a casa para hacer un par de clics
ante el ordenador y dar a entender su disgusto.
La ruptura es un animal
incontrolable y en evolución, Puedes matar al indeseado en la red
social, cambiar de ritmos vitales o aceptar un trabajo en el
extranjero. Siempre nos quedará la papiroflexia.
Publicado en El Comercio
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