El
único tesoro es el tiempo. Y es algo que no deja de pasar, por eso
renuncio a lo que sea con tal de estar con mis hijos y poder pasar el
tiempo con ellos. Llegará el momento en que rechacen esa cercanía
paterna y exijan sus ritmos de vida, como es natural, por eso valoro
tanto estos días, cada mañana, cada lectura antes de dormir. El
problema es que para disfrutar de esas riquezas hay que dedicar gran
parte de nuestros días a funcionar en el sistema.
Mi padre no tenía llave de casa, no la necesitaba, mi madre siempre
estaba allí para abrirle la puerta cuando volvía del trabajo. Hoy
en día que uno de los progenitores no trabaje es un lujo que siempre
da lugar a malentendidos. La sociedad bienpensante exige que la mujer
se incorpore al mundo laboral y la sociedad de siempre no concibe a
un amo de casa salvo excusas temporales. Las múltiples situaciones
de pareja con niño que se producen en la sociedad actual no son el
objetivo de este breve texto, sería imposible hacer mención de toda
la casuística. El planteamiento intenta ser amplio, pero acaba
ciñéndose a lo más habitual.
No haber nacido nunca puede ser el mayor de los favores, dijo
Sófocles. Esa es sin duda una solución que cualquier padre o madre
firmaría en un momento determinado (salvo esos exhibicionistas
envidiables que afirman que su bebé siempre durmió nosecuántas
horas seguidas desde que nació). En realidad podemos sentirnos
magníficos padres, benévolos y juiciosos al borde de la tortura,
grandes patriarcas de lo que sin duda habrá de acontecer, capaces
—tal vez— de llevar a cabo esa labor imprescindible… Salvo
cuando hablas con los que tienen hijos mayores y te llenan de miedo.
Cuando al fin los futuros duermen, y pretendemos disfrutar de un
tiempo propio, desconectamos viendo la tele. Tras una primera etapa
de rechazo, he de reconocer que hay series de gran calidad. En una de
ellas tenía
lugar este diálogo entre ricachones de Atlantic City en
los años veinte del siglo pasado:
¿De veras te gusta jugar al golf?, decía un magnate.
Me gusta disponer del tiempo para jugarlo, decía otro.
Publicado en El Comercio
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