Algo
tan cercano al infinito como es internet puede ser considerado un
dios si nos ponemos a calibrarlo con los sistemas de medida que la
filosofía
nos ha proporcionado. Pero meternos en cuestiones
teológicas en ayunas sería aburrido y de mal gusto; un
planteamiento más cercano a la medida del consumidor habitual sería
buscarle atributos a esa red que todo lo ve. La lista también podría
ser interminable, pero en este caso nos fijaremos en el altruismo,
esa disponibilidad de algunas personas para facilitar la vida de los
demás sin buscar un beneficio propio.
La generosidad forma parte de internet.
Un día te planteas una actividad inusitada: cambiar la cruceta del
cambio de marchas de una moto Vespa 160 fabricada en 1969; y
no sabes cómo hacerlo. Por probar, usas el buscador. Resulta que un
tipo explica la forma de hacerlo con todo detalle, con fotos, con un
vídeo. El dueño de un taller de mecánica tal vez opine que ese
filántropo es un sinvergüenza que le está quitando clientes, puede
ser, pero no hay duda de que si un australiano quiere preparar una
fabada asturiana o un allerano no sabe qué botón hace funcionar su
satélite, habrá alguien en la red que se lo intente explicar con
todo detalle y sin pedir nada a cambio.
En internet también puedes descubrir extraños ejercicios de
generosidad. Buscando el nombre del protagonista de una película, o
el director de aquella otra, acabas descubriendo que Ving Rhames
(Pulp Fiction, Misión Imposible) recibió un Globo de Oro
como mejor actor, pero dijo que no se lo merecía y llamó al
escenario a Jack Lemmon —que también estaba nominado— para
entregárselo ante el pasmo de todos, incluido Lemmon. Seguro que ese
gesto le acarreó
todo tipo de críticas: miembros del jurado que se
sentirían ninguneados, afroamericanos que no ven con buenos ojos al
negro que homenajea a un blanco... Pero en un mundo como el del
espectáculo, donde los egos inflados son necesarios para sobrevivir
—puesto que autoproclamarse buen producto es necesario para
venderse con éxito—, un acto de humildad o generosidad como este
resulta insólito.
Publicado en El Comercio
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