Me levanto
un lunes cualquiera dispuesto a resolver el mundo y antes de darme
cuenta de que dormir es el mejor estado posible empiezan a pasar
cosas extrañas. He dejado a los retoños en el colegio y vuelvo a
casa para trabajar un poco en el redil personal sin ruidos ajenos; al
coger un libro encuentro agua sobre la portada, una gotera justo
sobre la estantería de libros revisables.
Soy seguidor del principio Enterría: no guardo libros que estén en
bibliotecas públicas; pero no puedo evitar el coleccionismo, porque
algunas lecturas necesitan relecturas, consulta y apropiación
necesaria del objeto de arte editado. El pequeño muestrario de esta
habitación en la que escribo es para mí un tesoro sentimental, pero
seguro que lo recuperaré en las librerías si lo pierdo. Al menos
eso pienso cuando levanto los libros engordados por el agua.
La forma en que el acuático maligno ha llegado al papel también da
qué pensar a mi mañana de lunes. El primer afectado, el más
recientemente apilado a esta montaña del estante es Paracaidistas,
de Chus Fernández. Novela imprescindible, la mejor del año sin
duda. Debajo está Historia abreviada de la literatura portátil,
de Enrique Vila-Matas, un ya clásico que podemos encontrar por ahí.
En el último nivel, antes de los verticales selectos, está La
senda de perdedor, de Bukowski, probablemente su mejor novela.
Aún me pregunto si esta afección del agua a mis lecturas y los
estratos corrompidos dan a entender mis afectos literarios, cuando mi
mujer llama para explicar por qué nuestro hijo pequeño lleva un mes
con dolor de oídos: no era un virus, tenía una pieza de plástico
introducida en el oído; el otorrinolaringólogo se la ha extraído,
pero para ello han tenido que inmovilizar al pequeño con la
participación de la madre como estructura de anclaje, sujetando al
pequeño manoteador con tal decisión que se ha causado una
contractura en la espalda.
Mientras contemplo la gotera y los estragos que aún no he
descubierto, un taxi traerá a casa a mi mujer con la espalda torcida
y a mi hijo pequeño agotado ante la tortura. Vaya lunes oiga.
Publicado en El Comercio
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